Hacer cine no es una labor técnica. No lo es encuadrar, ni iluminar, ni montar. Cada encuadre es una toma de posición. Cada corte, una declaración. Cada sombra, un juicio. En el cine, como en la historia, lo que aparece y lo que se oculta nunca es neutral. Nunca es casual. Y lo sabemos: la historia la escriben quienes vencen, pero también quienes filman.
Silvia Federici nos recuerda que la violencia patriarcal se escribió primero sobre los cuerpos de las mujeres y luego sobre sus imágenes. Gerda Lerner nos enseñó que esa historia fue contada desde el poder: desde la omisión sistemática, el control, la deshumanización. Y desde allí entendemos que ni la luz ni el montaje son inocentes. Son los nuevos instrumentos del archivo, las formas contemporáneas de domesticar o liberar, el cuerpo, la voz, el deseo.
¿Qué ocurre cuando quien mira desde la cámara, quien decide el corte, es un hombre cis, blanco, heterosexual, privilegiado, a quien casi ninguna opresión ha atravesado, y que además carece de formación feminista, de conciencia sobre el lugar que habita y de compromiso con las luchas que sostienen el relato? Lo que está en juego no es solo una estética: es el sentido mismo de la obra. Es la mirada, el lugar desde donde se filma. El cuerpo desde donde se encuadra. Y más aún: lo que esa mirada silencia.
Paul B. Preciado lo dice sin titubeos: la cámara es un órgano prostético del biopoder. Entonces, ¿quién decide qué cuerpos merecen luz y cuáles deben permanecer en la penumbra? ¿Quién aparece en el foco y quién queda fuera de campo? ¿Quién es definido con nitidez y quién se disuelve entre el grano, el desenfoque o la sombra?
Judith Butler nos enseñó que el género es una coreografía repetida hasta volverse invisible. Pero también se representa con lente, con diafragma, con color. Un cuerpo puede ser feminizado, sexualizado, fetichizado o simplemente borrado, según quién lo mire, según cómo lo mire. Y si esa mirada no ha sido cuestionada, si no ha atravesado el espejo del privilegio, la cámara seguirá siendo una herramienta de domesticación.
Monique Wittig exigía abolir la categoría de “mujer” como marca política de subordinación. Pero ¿cómo abolirla si el lente continúa registrándola como víctima, como objeto, como otredad? ¿Cómo romper la gramática visual del patriarcado si quien ilumina un rostro disidente lo hace con los códigos del deseo normativo?
Leonor Silvestri nos convoca a hackear el lenguaje. Y el lenguaje del cine también debe ser intervenido, desde la luz hasta el eje, desde el cuadro hasta el color. La cámara puede resistir cuando rompe el plano hegemónico, cuando desplaza el centro, cuando niega foco al poder. Pero no basta con un gesto estético: se requiere conciencia encarnada, ética insurgente, pensamiento crítico.
El feminismo negro, de Audre Lorde a bell hooks, nos grita que no hay representación sin intersección. Entonces, ¿quién filma a las mujeres negras, trans, gordas, empobrecidas, migrantes, enfermas, no deseables? ¿Qué mirada sabe no exotizar? ¿Qué montaje sabe no mutilar? ¿Qué relato sabe no convertirlas en anécdota?
No existe técnica sin cuerpo, ni encuadre sin ideología. Toda decisión formal es una declaración política. Por eso, montar una película feminista sin una ética feminista es como intentar construir un refugio con los ladrillos del opresor. No basta con poner mujeres en pantalla: hay que desmontar la mirada que las captura.
Esto no va de excluir hombres del relato, sino de recordarles que operar una cámara o editar una película no es un acto neutro. Que esas herramientas han servido para reforzar un mundo narrado desde el amo. Que su punto de vista no es universal. Y que filmar exige hacerse cargo: ¿desde dónde miro? ¿A quién encuadro? ¿A quién sirvo?
Una película feminista no puede ser mirada ni montada sin incomodidad. No puede iluminar sin interpelar. No puede narrarse desde la seguridad del canon ni desde la asepsia de la técnica. Porque el cine feminista no es ornamento: es trinchera, es fractura, es invocación. Su potencia no reside sólo en lo que dice, sino en cómo lo mira, cómo lo corta, y —sobre todo— quién se atreve a mirar y cortar con ella.
Montar es tomar partido. Iluminar también.
Y en el cine feminista, la luz y el corte no son ornamentos:
son parte de la lucha.
Bibliografía
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Silvia Federici.
El patriarcado del salario: críticas feministas al marxismo. Traficantes de Sueños, 2018.
Calibán y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Traficantes de Sueños, 2010.
(Sobre la violencia patriarcal inscrita en los cuerpos de las mujeres y cómo el control se desplaza a lo simbólico e imaginario).
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Gerda Lerner.
La creación del patriarcado. Editorial Crítica, 1990.
(Historización del patriarcado y la omisión sistemática de las mujeres en los relatos oficiales).
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Judith Butler.
El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad. Paidós, 2001.
Cuerpos que importan. Paidós, 2002.
(Sobre el género como performance y cómo se representa el cuerpo desde estructuras de poder).
-
Paul B. Preciado.
Testo Yonqui. Espasa, 2008.
Un apartamento en Urano. Anagrama, 2019.
(Especialmente la idea de la cámara como órgano del biopoder, que aparece en artículos como “El museo sexual del capitalismo”).
-
Monique Wittig.
El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Editorial Egales, 2006.
(Crítica a la categoría "mujer" como construcción política del patriarcado).
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Leonor Silvestri.
Ética amatoria del deseo libertario y las afectaciones libres y alegres. Editorial Madreselva, 2012.
(Reflexión sobre cuerpos disidentes, afectos y hackeo de las normas del deseo).
-
Audre Lorde.
La hermana, la extranjera. Horas y Horas, 2003.
(Sobre la visibilidad de cuerpos no normativos, intersección de opresiones, y el poder de la voz).
-
bell hooks.
El feminismo es para todo el mundo. Traficantes de Sueños, 2017.
El anhelo de ser. Pensamiento para el cambio. Paidós, 2004.
Ain’t I a Woman: Black Women and Feminism. South End Press, 1981.
(Sobre la mirada interseccional, representación mediática, crítica al canon blanco y patriarcal).
-
Enrique Dussel y la Filosofía de la Liberación.
Filosofía de la liberación. Edicol, 1977.
(Sobre cómo toda producción de conocimiento y técnica implica una ideología y una geopolítica del saber).
Silvia Federici.
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(Sobre la violencia patriarcal inscrita en los cuerpos de las mujeres y cómo el control se desplaza a lo simbólico e imaginario).
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