¿Qué hay de problemático en llevar nuestras películas al Norte Global?
Hay algo que duele -y a veces no sabemos nombrar- cuando nuestras películas cruzan el océano para ser celebradas en vitrinas que no fueron hechas para nosotrxs. Nos aplauden, nos proyectan, nos premian... y sin embargo, algo se retuerce adentro. ¿Es alegría, orgullo, culpa, sospecha? ¿Por qué esa incomodidad, esa fisura entre el reconocimiento y la pertenencia? Quizás porque intuimos lo que Achille Mbembe ha puesto en palabras: el capitalismo tardocolonial ya no necesita colonizar territorios, le basta con capturar los significados. El cine del Sur se convierte así en mercancía simbólica. No por su potencia política, sino por su utilidad estética. Nos cuelgan como medallas de diversidad en sus pechos blancos, sin renunciar a sus privilegios racistas, clasistas, extractivistas. Nos aplauden con una mano mientras con la otra siguen firmando tratados de despojo.
¿Y nuestras historias? Curadas, recortadas, domesticadas. Como advirtió Frantz Fanon, el colonizado es mirado, pero rara vez visto. Solo somos seleccionables cuando repetimos la cartografía del dolor que ellos esperan de nosotrxs: pobreza, violencia, misticismo, exotismo. Una estética de la miseria que alimenta el voyeurismo del privilegio. Lo que no encaja en esa narrativa hegemónica, se silencia. Y así, nuestras películas se convierten en espejos torcidos que devuelven imágenes que no nos pertenecen del todo. Participar en estos festivales supone además cargar con la desigualdad estructural que describió Pierre Bourdieu: el campo cultural está atravesado por jerarquías invisibles. Ellxs tienen el capital simbólico, nosotrxs pagamos inscripciones, traducciones, boletos, hospedaje. Ellxs reparten visibilidad; nosotrxs mendigamos presencia. Ganamos, a veces, pero también nos endeudamos. Somos los invitadxs que pagan por estar en la fiesta -esperando no ser absorbidxs por su lógica. Y si una película latinoamericana "triunfa" allá, entonces -y solo entonces- parece que vale. Como si nuestras verdades necesitaran el sello de una mirada blanca para volverse legítimas. Walter Mignolo lo llama la colonialidad del saber: lo que decimos importa solo cuando ellxs lo aprueban.
¿Y nuestra crítica local? ¿Nuestro público, nuestras plataformas, nuestras voces? Borradas por el resplandor de su validación. Pero el gesto más perverso es el del falso aliado. El festival que nos abraza mientras su país saquea litio, expulsa migrantes o financia guerras. Como bien señaló Rita Segato, el poder no solo se impone con fuerza, también con afectos. Premiar una película del Sur no borra sus culpas, solo las maquilla. Nos dan el trofeo con una mano, y con la otra nos quitan soberanía.
Entonces, ¿está mal ir? No. Pero no es inocente. Como decía Bell Hooks, podemos habitar la contradicción ¿Qué hay de problemático en llevar nuestras películas al Norte Global? si no olvidamos quiénes somos ni para quién contamos lo que contamos. No se trata de ir o no ir, sino de desde dónde vamos, para qué, con quiénes, y con qué conciencia. Ir sin rendirse. Entrar sin entregarse. Usar sin ser usados. Porque se puede ocupar un espacio hegemónico mientras se lo cuestiona. Stuart Hall insistía: lo importante no es solo representar, sino cómo y desde dónde se representa.
Entonces, ¿qué hacer? Nombrar la grieta. No avergonzarnos de la contradicción, sino volverla brújula. Fortalecer nuestros propios circuitos: festivales independientes, cineclubes, plataformas comunitarias. Redistribuir lo ganado: que nuestros logros no sean trofeos personales, sino puertas abiertas. Desromantizar el premio: entender que el reconocimiento no es destino, es tránsito. Recordar por qué filmamos: no por la alfombra roja, sino por la memoria, por la comunidad, por la herida abierta que respira en cada plano. Gloria Anzaldúa escribió que narrar es también una forma de sanar. Que ir al Norte no nos haga olvidar el Sur que nos parió. Que el éxito no nos haga perder el horizonte. No queremos ser excepción celebrada. Queremos ser comunidad viva.
!vaya arrogancia!
¿Quién les dijo que son el mejor publico del mundo? con que referencia, base, fundamento se afirman mejores que un expectador que asiste a un cineclub en la sierra mexicana o en un barrio de la periferia de la CDMX?
En resumen:
1. Instrumentalización del Sur Global:
Muchos festivales del norte global premian cine latinoamericano (y de otras regiones periféricas) porque queda bien. Se adornan de diversidad sin cuestionar sus propias estructuras coloniales, racistas o clasistas. Esto convierte al cine del Sur en un adorno progresista dentro de un sistema que sigue beneficiando a los mismos.
2. Curadurías colonialistas:
A menudo nos seleccionan solo si nuestra película encaja en su mirada de lo latinoamericano: pobreza, violencia, exotismo, misticismo. Esto limita nuestras posibilidades narrativas y nos encierra en estereotipos funcionales para sus públicos.
3. Desigualdad de acceso y recursos:
Los festivales del Norte tienen dinero, prestigio, visibilidad, contactos… y nosotros tenemos que pagar inscripciones, traducciones, vuelos, hospedaje… y muchas veces sin devolución concreta. Ganar un premio puede ayudarnos, pero también alimentar un sistema desigual donde siempre somos los visitantes precarios.
4. Blanqueamiento simbólico:
Cuando una película latinoamericana triunfa allá, muchas veces se vuelve legítima solo porque triunfó allá. ¿Y nuestro público local? ¿Nuestra crítica, nuestros espacios? Hay un riesgo de que lo que digan ellos pese más que lo que pensamos nosotros.
5. Falsos aliados:
Algunos festivales se posicionan como solidarios con el Sur Global mientras sus países siguen participando en dinámicas imperialistas, extractivistas o directamente violentas. Premiar una película no los absuelve de sus responsabilidades geopolíticas.
¿Entonces está mal ir?
No necesariamente. No es blanco o negro. Depende del para qué, del cómo, del con quién y del desde dónde.
Ir a esos festivales puede ser una oportunidad poderosa si se hace con conciencia crítica, si se aprovecha para generar redes, visibilizar luchas, abrir conversaciones incómodas. Pero también puede volverse una trampa si nos hace pensar que el verdadero reconocimiento está allá, o si normaliza el hecho de que nuestro cine vale solo cuando lo valida Europa.
¿Qué podemos hacer?
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Nombrar la contradicción sin culpa. Es posible usar los espacios hegemónicos mientras los cuestionamos.
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Fortalecer nuestros propios circuitos. Distribución regional, festivales independientes, cineclubes, plataformas locales.
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Redistribuir poder. Si ganamos visibilidad o recursos, retribuirlos a nuestras comunidades, colaborar, abrir puertas.
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No romantizar el premio. Que nos reconozcan no es el final del camino, ni una garantía de justicia.
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Cuidarnos del elitismo. No olvidar que hacer cine no es solo “triunfar” en Berlín o Cannes. También es hacer comunidad, memoria, resistencia.